En julio, Melinna Guerrero y yo charlamos sobre poesía y alcohol en IG Live. Ahora comparto preguntas que surgieron de esa conversación, constatando que el imaginario de Guerrero nos remite a eso que Olga Orozco llamaba los juegos peligrosos, como el amor y el azar.
SABINA OROZCO: En la charla que tuvimos mencionabas que cuando recién llegaste a la ciudad, el alcohol te permitió conocerla a pesar del miedo. ¿Cuáles son los temores que te inspiraba en aquel entonces y cuáles son ahora?
MELINNA GUERRERO: El temor de estar sola en medio de una ciudad enorme, con mil cabezas, era mi principal temor. Pero creo que ese miedo estaba formado por dos hechos que me perforaban los huesos: el sentir que yo no hacía falta en esta ciudad y que era prescindible: si me encontraba aquí o estaba en algún otro sitio no cambiaba nada, la ciudad seguiría de cualquier modo.
Ahora creo que estos dos miedos siguen aquí, pero se han transformado; los conozco y puedo reconocerlos y darles lugar en mí y en mi escritura. También puedo beber alcohol y bebérmelos, algunas noches.
Sin embargo, se me ocurre que quizá ni siquiera se originaron al llegar a esta ciudad, sino que son miedos con los que uno carga a diario, que vienen del desamparo inevitable que significa vivir y también escribir. La ciudad los vuelve más grandes por su crudeza amorfa, por su aparente indiferencia, pero son parte de nuestra condición humana.
SO: Por ti descubrí “Patmos”, un poema de Hölderlin que dice: “Pero donde hay peligro, crece también / lo que nos salva”. ¿Qué peligros conviven en tu oficio de escritura y, como escritora, existe algo de lo que quieras salvarte?
MG: El peligro existe cuando decides ser agente de este mundo y actuar en el gran teatro que es la vida. Y es un riesgo inevitable para todos, pero hay asumirlo como una responsabilidad más, ir hacia el otro, lo otro, para que nos suceda lo que debe sucedernos.
Muchas veces yo misma he provocado ese peligro para poder experimentar cualquier cosa, el azar, el amor, el desamor, la alegría, la desdicha, los amigos, el trabajo, las noches o los amaneceres, y luego escribir.
Sé que he vivido historias de las que no he sabido salir a tiempo, y reconozco que ese ha sido mi propio cuchillo, mi propio peligro como escritora. Y es que podemos infligirnos daños terribles a nosotros mismos. Pienso que de eso he querido salvarme, de mi propia capacidad para hacerme daño.
Pero, pese a ello, el camino ha sido resplandeciente, porque ha habido días en que he escrito algo que no sabía que sabía; y cuando eso me ha ocurrido, me he sentido amada, correspondida y escuchada. Para mí han sido en esos momentos en los que me ha ocurrido la salvación. Entonces sé que no importa el tamaño del daño, sino “lo que nos salva”.
SO: Referiste una anécdota sobre un poeta conocido que no pudo firmarte un libro en su casa porque estaba haciendo ejercicio. ¿Qué otras actividades humanas, como hacer ejercicio, pensamos incompatibles con las escritoras y los escritores? Y, por otra parte, ¿qué conductas extra literarias consideras que asociamos de manera inmediata al oficio de escribir?
MG: En esa anécdota recordaba el día en que Francisco Hernández no pudo firmarme su libro De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios porque estaba haciendo ejercicio. Nunca lo hubiera advertido. Fue una impresión que no olvidé.
Pienso que este tipo de actividades nos parecen incompatibles con el quehacer literario porque, supongo lo que significa ser escritor o poeta, se ha alimentado de estereotipos.
No sé bien qué otras actividades pensamos incompatibles con los escritores, en su lugar me he puesto a imaginar cómo sería la vida de un escritor que también es clavadista, o la de un escritor que es profesor de gimnasia, o uno que tiene un puesto ambulante en Chapultepec. Quizá nos falta imaginación para actuar en el mundo, para desdoblarnos, es decir, ser otros y, luego, volver a la escritura.
Sin embargo, creo que hablo muy estrechamente, pienso por ejemplo en Mariel Damián, poeta y bióloga, o en María Sánchez, la poeta-veterinaria española. Y, seguramente, encontraremos otros que nos pueden ilustrar que el poeta puede ser otro, y luego también ser poeta.
SO: ¿Qué significaba el alcohol para Melinna de hace años, recién mudada a CDMX, y qué significa para Melinna actual?
MG: El alcohol ha significado a lo largo de estos años una forma de preescritura. En el alcohol me ha permitido escribir con cierta ligereza. Sin embargo, lo que ha resultado de estar bajo sus efectos no sirve como literatura, aunque he encontrado ciertas ideas gracias a él. Por eso sé que mi relación con el alcohol ha sido, diría, amorosa.
Freud decía que uno de los matrimonios más estables es el del alcohólico con la botella. Creo que no he llegado a ese grado de dependencia (o quizá ), pero sé que el alcohol me susurra como los sueños también lo hacen, las caminatas, un libro sobre antropología, un poema que no conocía. En todo voy buscando esa preescritura, que son susurros, y que son, a su vez, los secretos que habitan en las cosas. El alcohol es un tipo de susurro, de soplo, por eso quiero que se quede en mi vida, por eso, muy tramposamente, lo dosifico, para que me dure por el resto de mi vida.
Cuando llegué a la ciudad, el alcohol me significaba una herramienta que me permitía actuar sin pensar en los peligros que, como mujeres, en una ciudad enorme, nos acechan. Era una herramienta para ser valiente, pero al mismo tiempo me hacía muy vulnerable. Era el velo a través del cual podía ver la vida, un velo que también provocaba mucha oscuridad.
Un ejemplo de esta oscuridad es el caso de Posada, quien nació también en Aguascalientes, luego vino a esta ciudad y murió aquí; a finales de un año (1912) se encerró a beber alcohol en su casa en una vecindad de Tepito y, poco después de un mes, lo encontraron muerto. Como para entonces no tenía familiares, los vecinos lo echaron a la fosa común. Pienso mucho en él, en la cueva fría que significó el alcohol, en su soledad, en su corazón, en su congestión alcohólica que también podríamos pensar como suicidio. Pienso en que el alcohol ahoga las palabras, como le ocurrió a Posada, murió silencioso, solo, a oscuras. Entonces, en ese caso el alcohol no me parece para nada un ser amoroso, sino una ventana por la cual podemos arrojarnos y caer. Ese es el reverso, y lamento mucho que Posada lo haya vivido de esta forma.
Melinna Guerrero (Aguascalientes, 1993) escritora y editora. Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. En 2020, obtuvo la mención honorífica del Premio Nacional de Cuento Breve “Julio Torri” con la obra titulada Historia de nuestra palabra. En 2016, el Premio Nacional Universitario de Poesía “Desiderio Macías Silva”, así como el Premio Nacional Universitario de Narrativa “Elena Poniatowska”, 2014. Es autora de los libros Sobre pedazos de vidrio (Círculo de Poesía, 2022) y Mis abuelos no son tortugas (Artes de México, 2023). Fue becaria del FONCA en la disciplina de poesía, 2021-2022. Fue jefa de redacción de la editorial Artes de México. Poemas suyos han sido traducidos al ruso.