Sobre el alcohol: vino de laurel y de raíces
Cuando leo a Marosa di Giorgio tengo la impresión de escuchar un conjuro al borde de un caldero. En él se mezcla gladiolo, tártago, hongos, boniato, vencejos… La uruguaya recolecta seres de todo tipo que conduce a su obra para que la habiten con estrépito. La autora me remite a las clases de ciencias naturales, en la primaria, donde se enseñaba la clasificación de los reinos que en aquel tiempo memoricé: animal, vegetal, fungi, protoctista y monera. Hace poco releí Está en llamas el jardín natal (1971) y aunque la poesía de di Giorgio suele presentarse inclasificable, llama la atención el espectro de criaturas desplegadas en su prosa: plantas, animales, gigantes, muertos que dialogan con niñas, madres y abuelas con poderes mágicos o vecinos doppelgänger.
Al charlar con una amiga, le conté que este año me ha costado volver a un libro de Vilariño. Esta otra autora, también de Uruguay, es fascinante, pero no resuena en mi mundo de la misma forma que hace meses. En cambio, di Giorgio ha hecho que llegué tarde a la cama o salga de ahí pronto con intenciones de seguir leyendo. Es un llamado a la vida que explota en sus páginas, de manera hipnótica y violenta.
En una suerte de ejercicio que hubiera impuesto Stanislavski para entrar en personaje, dejé de beber. Esos meses de sobriedad, tienen su reverso en los excesos de lecturas alrededor del alcohol. A propósito, en uno de los fragmentos de Está en llamas el jardín natal se refiere cómo un misterioso visitante llega a una casa en medio del bosque y, tras consumir el vino de raíces que le ofrecen sus anfitrionas, se torna “vívido, enamorado” de una niña a la que rapta. Aquí, la embriaguez resulta el motor de acontecimientos terribles. En casos contrarios, el vino es motivo de celebración, anticipo de la magia que se manifiesta; por ejemplo, en la boda de una joven consigo misma. Esa clase de ritos sui géneris establecen guiños con las prácticas eleusinas y dionisíacas, donde las sustancias formaban parte del proceso de iniciación. Dentro de la propia mitología de di Giorgio, existen ceremonias que modifican el cuerpo y el alma de las mujeres, en ocasiones a partir del consumo de licores y demás brebajes. La lectura de sus poemas tiene algo de arrebatador e iniciático, de trance provisto de frondas, fuego, pasos que crujen sobre la madera. Escribir al respecto me ha obligado a mantenerme cercana a gatos, árboles, flores y macetas (que en ocasiones olvido regar): lo que vive dentro y fuera del papel.
Por lo pronto, seguiré bajo el hechizo de Marosa.
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P.D.
Este mes, como parte de mis indagaciones literarias, daré un taller de poesía a través de Malabar Editorial. Ahí leeremos a ocho poetas latinoamericanas, entre ellas a di Giorgio.